La vergüenza surge cuando se da una evaluación negativa del yo de carácter global. La experiencia de la persona que experimenta vergüenza es el deseo de esconderse, de desaparecer ("tierra trágame"). Es éste un estado muy desagradable, que provoca la interrupción de la acción, una cierta confusión mental y cierta dificultad para hablar. Físicamente, se manifiesta en una especie de encogimiento del cuerpo: la persona que siente vergüenza se encorva como si quisiera desaparecer de la mirada ajena. En la medida en que supone un ataque global al yo que resulta muy doloroso, la persona va a intentar librarse de este estado emocional.
La culpa surge de una evaluación negativa del yo más específica, referida a una acción concreta. La personas que sienten culpa también experimentan dolor, pero en este caso el dolor tiene que ver con el objeto del daño que se ha hecho o con las causas de la acción realizada (o simplemente pensada). En la medida en que los pensamientos se centren en la conducta y no en la globalidad del yo, la experiencia de culpa no es tan displacentera ni provoca tanta confusión como la de vergüenza. Por otra parte, la culpa tampoco lleva a la interrupción de la acción. De echo, esta emoción conlleva una tendencia correctora que a menudo conduce más bien a la puesta en marcha de conductas orientadas a reparar la acción negativa, así como una reconsideración de la forma de actuación futura. En cuanto a su expresión no verbal, la persona tendería a moverse inquieta por el espacio, como si tratara de ver qué puede hacer para reparar su acción; en la culpa tampoco se da el rubor facial que aparece en muchas personas cuando experimentan vergüenza.
Por último, dado que la culpa se centra en una conducta concreta, las personas pueden librarse de este estado emocional con relativa facilidad a través de la acción correctora. Ahora bien, no siempre es viable, y, como consecuencia, este estado emocional a veces puede resultar también muy displacentero.
En definitiva, la culpa en principio posee una intensidad negativa menor, es menos autodestructiva y en la medida en que implica tendencias correctoras, se revela como una emoción más útil que la vergüenza.